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Allstate vende su sede central en Chicago debido al trabajo remoto

Durante más de cinco décadas, Allstate, un gigante de los seguros con 92 años de historia, tuvo una sede central de unos 800,000 m2 en los suburbios de Chicago, que en 2020 albergaba a alrededor de 5,200 personas en cerca de 110 hectáreas. Pero el año pasado, la empresa vendió el campus de Northbrook, Illinois. Con el 83% de sus empleados ahora en remoto, el complejo era una ciudad fantasma en un día laboral normal.

En cambio, Allstate ha reducido su parque inmobiliario en un 50% a escala mundial y ha modernizado espacios más pequeños que denomina “pods” en lugar de “oficinas”. La palabra “oficina” existe desde hace cientos de años y tiene una connotación muy distinta”, dice Bob Toohey, director de recursos humanos de Allstate. “Te desplazabas, hacías tu trabajo, te levantabas, te ibas, te veían. Eso ya no existe”.

Si una gran sede corporativa de una empresa de vieja data como Allstate ya no es un lugar donde hacerse notar y trabajar, ¿cuál es el verdadero papel de la oficina hoy en día?

Es una pregunta que inquieta a los ejecutivos, frustra a los trabajadores y causa dolores de cabeza a los departamentos de Recursos Humanos. “Cuando pregunto a los CEOs y ejecutivos para qué sirve su oficina, ocho de cada diez veces me miran sin entender”, dice Kelly Colón, consultora de Boston y antigua asesora del fabricante de mobiliario de oficina Allsteel.

Durante décadas —siglos, quizá— nadie tuvo que preguntarse para qué servía la oficina. Antes de los ordenadores portátiles, los teléfonos móviles e Internet, era el lugar donde la gente trabajaba en la misma habitación, donde los directivos vigilaban a su gente y donde las empresas ponían su nombre en un edificio que destacaba su marca, cimentaba su cultura y exhibía su estatus.

Por el camino, también se convirtió en un lugar que alimentó los egos de los ejecutivos y convenció a algunos de ellos de que la gestión significaba poco más que “pasearse por ahí”. “Neurológicamente —conductualmente, como sociedad— entrenamos a los CEO y a los líderes de las organizaciones para perseguir, alcanzar este nivel superior de su organización”, dice Colón. “El lugar de trabajo se convirtió en una corona representativa y proverbial por la que asimilaban su éxito”.

La pandemia cambió esa situación, desvinculando la gestión del tiempo presencial y agilizando la desconexión tecnológica de los profesionales de la oficina. Antes de 2020, los equipos ya estaban cada vez más distribuidos, pero el Covid elevó esta tendencia. Microsoft, por ejemplo, informó recientemente de que, antes de la pandemia, el 61% de sus equipos estaban basados en la misma ubicación física; hoy esa cifra es sólo del 27%.

En la actualidad, muchos lugares de trabajo de cuello blanco se encuentran en un purgatorio híbrido, divididos entre la nostalgia de los directivos y las opiniones de los CEO sobre las desventajas del trabajo a distancia, y la necesidad real de los trabajadores de evitar desplazamientos agobiantes mientras cumplen con los numerosos compromisos de la vida. Mientras tanto, muchos empleados quieren o incluso necesitan un lugar de trabajo que no sea su estrecho apartamento, y muchos coinciden en que estar físicamente con los compañeros ayuda a entablar relaciones, facilita la colaboración y agiliza ciertos trabajos. El problema: no hay suficiente consenso entre trabajadores y directivos sobre la frecuencia —o el lugar— en que se debe pasar ese tiempo juntos.

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