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Independencia económica en El Salvador: realidad y desafíos en 2025

Cada 15 de septiembre, El Salvador conmemora la firma del Acta de Independencia de 1821, un acontecimiento que marcó el inicio de la vida soberana de los pueblos centroamericanos. Sin embargo, en el aniversario 204, más allá del simbolismo histórico y político, surge una pregunta de fondo: ¿qué significa para El Salvador la independencia en términos económicos?

Durante la colonia, la economía salvadoreña estuvo atada a la lógica extractiva de la Corona Española. El añil, principal producto de exportación, se enviaba a Europa, mientras la población local dependía de las manufacturas importadas. La independencia prometía autonomía, pero en la práctica el país continuó anclado a la dependencia externa, primero con el café y posteriormente con otros sectores orientados a la exportación.

Hoy, más de dos siglos después, los retos persisten. El Salvador mantiene una fuerte interdependencia con economías extranjeras. Según datos oficiales, más del 20% del Producto Interno Bruto (PIB) proviene de las remesas, principalmente desde Estados Unidos. Además, las importaciones superan a las exportaciones, lo que mantiene un déficit comercial estructural.

No obstante, también se registran en la historia señales de transformación, entre estas, la aún cuestionada dolarización, adoptada en 2001, que si bien ha permitido estabilidad en precios, limitó la política monetaria propia. A esto se suma la apuesta por la economía digital y el uso del Bitcoin como moneda de curso legal, que colocó al país en el mapa de la innovación financiera global, pero aún genera debates sobre sostenibilidad y riesgo.

La verdadera independencia económica, de acuerdo con analistas, no radica en aislarse, sino en fortalecer la capacidad de decisión interna: invertir en productividad, diversificar exportaciones, modernizar sectores estratégicos y reducir la dependencia de fuentes externas de financiamiento.

Por otra parte, se denotan las medidas de seguridad adoptadas por el Gobierno, como el Plan Control Territorial y el régimen de excepción, han generado efectos visibles en la economía salvadoreña durante 2025. Según el Banco Mundial, desde 2022 la reducción drástica de homicidios ha mejorado la confianza de mercados e inversionistas al eliminar un obstáculo clave para el crecimiento económico. Aunque no todas las proyecciones son optimistas: el Banco Mundial revisó a la baja su estimación de crecimiento para El Salvador este año, de un 2,7 % a un 2,2 %, y el FMI estimó un crecimiento de alrededor del 2,4 %.

De cara al futuro, organismos internacionales advierten que para cumplir con una independencia económica más sustantiva, El Salvador debe sostener estos logros en seguridad, ampliar la inversión privada, mejorar productividad laboral y asegurar que los beneficios del crecimiento lleguen a hogares vulnerables, evitando que la reducción de pobreza siga siendo solo una promesa, no una realidad tangible.

Para el salvadoreño de a pie, la independencia económica aún se siente lejana: la subida constante de los precios de la canasta básica se come buena parte del ingreso mensual. Además, en el mercado inmobiliario, la adquisición de vivienda se enfrenta a precios elevados, tasas hipotecarias que pueden pesar bastante, y barreras para quienes no cuentan con ahorros suficientes o ingresos formales sólidos.

En este 15 de septiembre, en El Salvador recordamos que la independencia no es solo un hecho histórico, sino un desafío económico permanente: el de construir un modelo capaz de sostenerse por sí mismo y, a la vez, competir en un mundo interconectado.

Artículo de Opinión
Elaborado por Rosy Mixco
Consultora de Comunicaciones y Relaciones Públicas Digitales

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