Cuando el primer ministro albanés, Edi Rama, anunció recientemente su nuevo gabinete, lo que más llamó la atención no fue su elección de ministro de Economía o de Asuntos Exteriores. La noticia más importante fue el nombramiento por parte de Rama de un robot alimentado a IA como nuevo ministro de Contratación Pública.
“Diella” supervisará y adjudicará todos los concursos públicos que el gobierno asigne a empresas privadas. “Es el primer miembro del gobierno que no está físicamente presente, sino que ha sido creado virtualmente con inteligencia artificial”, declaró Rama. Ayudará a hacer de Albania “un país donde la contratación pública esté 100% libre de corrupción”.
Evocador y provocador a la vez, el nombramiento nos recuerda que quienes más esperanzados están con la tecnología suelen ser los que menos confían en la naturaleza humana. Pero, sobre todo, el nombramiento de Diella demuestra que la supuesta cura para los males de la democracia adopta cada vez más la forma del autoritarismo digital. Estas intervenciones pueden resultar atractivas para los oligarcas de Silicon Valley, pero los demócratas de todo el mundo deberían estar alarmados.
La base conceptual de un ministro de IA reside en cómo los tecnófilos imaginan la relación de la humanidad con el futuro. Los “tecno-solucionistas” tratan los problemas políticos que normalmente requieren de deliberación como si fueran retos de ingeniería que pudieran resolverse por medios puramente técnicos. Como vimos en Estados Unidos durante la breve etapa de Elon Musk al frente del DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental), la tecnología se ofrece como sustituto de la política y de la toma de decisiones políticas.
La implicancia de la gobernanza administrada por IA es que la democracia se volverá redundante. La tecnocracia digital consiste en que los desarrolladores de tecnología se arrogan la autoridad para decidir las reglas que debemos acatar y, por lo tanto, las condiciones en las que viviremos. Los pesos y contrapesos defendidos por Locke, Montesquieu y los fundadores de Estados Unidos se convierten en obstáculos para una toma de decisiones eficiente.
¿Para qué preocuparse por tales instituciones cuando podemos aprovechar el poder de las herramientas y los algoritmos digitales? Bajo la tecnocracia digital, el debate es una pérdida de tiempo, la regulación es un freno al progreso y la soberanía popular no es más que la consagración de la incompetencia.
Sin duda, nadie en su sano juicio puede negar que la innovación tecnológica ha resuelto muchos problemas. Sin embargo, la gran promesa que ofrecen los amos tecnológicos actuales no es tanto resolver los problemas, sino más bien disolverlos. Niegan la idea misma de un futuro problemático, incierto e impredecible.
No es casualidad que el presidente chino, Xi Jinping, y el presidente ruso, Vladimir Putin, fueran captados recientemente en directo discutiendo sobre la inmortalidad. Acabar con el envejecimiento es salvarnos del futuro; significa no solo evitar lo que está por venir, sino también eludir la carga de la elección.