Sierra Grande, en el sur de Argentina, albergó la mayor mina de hierro de Latinoamérica, pero su cierre en 1991 convirtió al lugar casi en un pueblo fantasma, Hoy, sus 12.000 habitantes ven renacer las esperanzas gracias a dos multimillonarios proyectos que podrían convertirlo en una nueva meca petrolera.
A 600 kilómetros al noroeste de allí, equipos de perforación extraen de las profundidades de Vaca Muerta, la colosal formación de hidrocarburos no convencionales de Argentina, el gas y el petróleo que en unos años podrían exportarse desde Punta Colorada, sobre aguas del Atlántico y a unos 30 kilómetros de Sierra Grande, cuando se concreten las iniciativas lideradas por la petrolera YPF, controlada por el Estado argentino.
El proyecto de Sierra Grande
YPF ya construye un oleoducto para llevar el crudo de Vaca Muerta a Punta Colorada, punto de la provincia de Río Negro recientemente elegido también para construir allí una planta de licuefacción de gas, un proyecto que demandará 30.000 millones de dólares y que convertirá a Argentina en el quinto exportador mundial de gas natural licuado (GNL) hacia 2030.
Pero en Sierra Grande se debaten aún entre la esperanza y el escepticismo.
El pueblo, situado a 1.160 kilómetros al sur de Buenos Aires, acogió a la estatal Hipasam, la mayor mina subterránea de hierro de Latinoamérica. Inaugurada en 1970, cerró abruptamente en 1991. Sin fuentes de trabajo alternativas, el pueblo pasó de unos 28.000 habitantes a sólo 3.500 en un año.
Un pueblo ‘fantasma’
“De un año para otro pasó a ser casi un pueblo fantasma porque se fue casi un 80 % de la población. La mayoría tuvimos que salir a buscar trabajo fuera del pueblo”, cuenta a EFE Rubén Stubbe, residente en el pueblo desde 1973 y que trabajó en la planta de procesamiento de hierro casi hasta su cierre.
Tres décadas después, aún quedan casa y depósitos abandonados tras aquel éxodo.
La mina fue transferida en 2006 a la empresa china MCC con vistas a su reactivación, pero desde 2016 no produce y apenas tiene medio centenar de empleados.
Tampoco prosperó una iniciativa para construir una central nuclear y el proyecto anunciado en 2001 para producir hidrógeno verde sigue vigente, aunque sin avances visibles.
Stubbe, de 67 años, preside el centro de jubilados local y hace poco, junto con otros vecinos, conoció Vaca Muerta gracias a una invitación de YPF.
“Eso ayuda a palpar que el proyecto es real. Pero un 60 % de la gente del pueblo está muy desconfiada porque nos han prometido muchas cosas durante estos años de malaria (mala suerte)”, señala.
Algo se mueve
Pero lo cierto es que han comenzado a notar movimientos en el pueblo: rostros nuevos, sitios abandonados que se reactivan, compras de terrenos y los precios de las viviendas en alza.
“Sierra Grande se está moviendo en un sentido inesperado. Los precios de los terrenos se dispararon. Una propiedad en el centro, que hasta hace unos días no valía ni 50.000 dólares, se está por vender por 180.000 dólares para un banco que se quiere instalar. La locura se empieza a notar”, cuenta a EFE Osvaldo Videla, que desde hace 15 años vive en el pueblo, donde trabaja en una radio.
“Vamos a ser ‘petrokas’, como se les dice a los petroleros que derrochan plata porque no saben en qué gastarla”, bromea Videla, que, con tono serio, apunta que Sierra Grande es uno de los municipios más pobres de la provincia.
Sus habitantes viven en su mayoría del empleo público, el pequeño comercio o la actividad turística en Playas Doradas, a 28 kilómetros de Sierra Grande.
Florecimiento del empleo
Solamente el proyecto de GNL podría generar unos 2.500 empleos directos y 10.000 indirectos y ya se pusieron en marcha actividades de capacitación para que los locales puedan optar a los futuros puestos de trabajo.
“Hasta hace unas semanas, ningún joven pretendía quedarse en Sierra Grande. Mi hija está en el último año de la escuela técnica y ya ha empezado cursos que dicta YPF. Y la provincia y el municipio están haciendo capacitaciones en el sector de la construcción”, cuenta Videla.
Las autoridades locales ya planean obras de infraestructura, en salud y nuevas escuelas para adaptarse a un salto poblacional.
“Quizás la tranquilidad que hoy tenemos la perdamos dentro de diez años con, tal vez, 50.000 habitantes. Eso da un poco de miedo. Pero habrá nuevas oportunidades, trabajo. Será como comenzar de nuevo y me encantaría poder llegar a verlo”, dice un esperanzado Stubbe.