La vivienda sustentable en México y Centroamérica se perfila como una de las grandes apuestas del desarrollo regional en esta década. En medio del rezago habitacional, los embates del cambio climático y la creciente exclusión urbana, los gobiernos y organismos multilaterales están impulsando iniciativas ambiciosas que prometen transformar el panorama habitacional. Pero entre las buenas intenciones y la implementación efectiva, el camino está lleno de desafíos estructurales.
En México, el gobierno federal ha anunciado la construcción de un millón de viviendas, muchas de ellas con criterios sustentables y de inclusión social. Con una inversión cercana al 1% del PIB, este plan busca atender a sectores históricamente marginados y reconvertir viviendas abandonadas en soluciones habitacionales dignas. Sin embargo, la experiencia demuestra que los grandes anuncios deben ir acompañados de una ejecución eficaz. Obstáculos como la falta de coordinación interinstitucional, procesos de licitación poco transparentes y la ubicación de muchas viviendas en zonas con baja demanda son solo algunos de los retos por superar.

Uno de los pilares del plan mexicano es la rehabilitación de viviendas abandonadas, una estrategia que podría ser más sustentable que la construcción desde cero. No obstante, muchas de estas viviendas están ubicadas en periferias sin servicios básicos ni oportunidades laborales, lo que exige una intervención territorial más profunda y articulada.
En Centroamérica, por su parte, los fondos de inversión de impacto con enfoque climático están ganando fuerza. Según la Plataforma IIC, más del 55% del capital invertido recientemente se ha dirigido a sectores como energía, agua y vivienda. Esta tendencia abre nuevas posibilidades para el desarrollo de soluciones habitacionales resilientes, especialmente en países con alta demanda como Guatemala y Honduras. Aun así, los riesgos persisten: la debilidad institucional, la inestabilidad política y la falta de continuidad en las políticas públicas siguen limitando la capacidad de escalar estos proyectos.
Para los inversionistas, el mensaje es claro: hay oportunidades, pero también riesgos que deben ser evaluados con seriedad. Los proyectos de vivienda verde o con impacto social no solo requieren capital, sino también visión a largo plazo y un entendimiento profundo del entorno político y jurídico.
La sostenibilidad, en este contexto, va mucho más allá de los paneles solares o los materiales reciclables. Se trata de crear modelos de vivienda que perduren, que sean económicamente viables, socialmente justos y territorialmente coherentes. Solo así, la promesa de hogares sustentables podrá transformarse en una realidad tangible para miles de familias en la región.