La creciente división geopolítica y económica entre Estados Unidos y China debería impulsar un cambio de paradigma en el pensamiento económico. En particular, los economistas deberán reconsiderar su enfoque de temas como la ventaja comparativa, la integración del mercado y cómo promover la convergencia.
La economía global ha ingresado en una nueva era de seguridad nacional. La pandemia del Covid-19 ha resaltado la vulnerabilidad causada por una dependencia excesiva de las cadenas de suministro globales y la falta de coordinación a la hora de enfrentar los riesgos sanitarios globales. Pero lo que realmente ha introducido esta nueva era es la invasión no provocada de Ucrania y el sabotaje de la economía global por parte de Rusia.
Más allá de los estragos económicos y humanos que generó, la guerra en Ucrania ha profundizado marcadamente las divisiones entre los bloques geopolíticos occidentales y orientales centrados en torno de Estados Unidos y China, respectivamente.
Rusia ha utilizado sus exportaciones de energía y alimentos como un arma para dividir a los europeos y ha procurado atizar el sentimiento antioccidental en los países en desarrollo. China se ha aliado con Rusia y ha afirmado su respaldo de los asuntos de seguridad del Kremlin. Las tensiones por Taiwán, un fabricante líder de semiconductores a nivel global, son otro punto álgido importante en las relaciones entre Estados Unidos y China.
Estos acontecimientos deberían ser vistos como réplicas de la creciente polarización de la economía mundial, afianzadas en la asimetría de los sistemas políticos de las dos superpotencias. No es coincidencia que varios conflictos congelados se hayan reactivado recientemente y que muchas potencias regionales de mediana envergadura se estén comportando de manera más asertiva.
La diferencia de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, China es un rival tanto estratégico como económico para Estados Unidos. Los crecientes vínculos comerciales y financieros de China con el Sur Global ayudan a explicar el giro en muchas alianzas de países más pobres frente a Estados Unidos. Pero la decisión de muchos países en desarrollo, en marzo, de abstenerse de votar sobre las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas que condenaban la invasión de Ucrania por parte de Rusia sorprendieron a las autoridades norteamericanas y europeas.
La creciente división geopolítica y económica entre las superpotencias debería inducir un cambio de paradigma en el pensamiento económico. Los economistas vienen considerando desde hace mucho tiempo a la seguridad nacional como un campo de estudio separado con escasa relevancia para sus análisis de mercados y por buenos motivos: su profesión, al igual que la economía global, ha florecido en medio de la relativa estabilidad de la era post-Segunda Guerra Mundial.