En 2018, cuando el expresidente Donald Trump desató una guerra comercial con China, el país asiático parecía en pleno ascenso, con expectativas de superar a EE. UU. como la economía más grande del mundo. Sin embargo, cuatro años después, la situación ha cambiado. Enfrentada a problemas inmobiliarios, una creciente deuda y una deflación persistente, China parece menos dispuesta a participar en una nueva confrontación. No obstante, los analistas advierten que las apariencias pueden ser engañosas.
China, lejos de ser un gigante comercial vulnerable, ha preparado su estrategia para resistir los impactos de una posible reactivación de los aranceles propuestos por Trump, que superarían el 60% en algunos productos. El país ha logrado diversificar sus relaciones comerciales, reduciendo su dependencia de EE. UU. como mercado clave. De hecho, México ha superado a China como principal exportador de bienes a EE. UU., mientras que la cuota de China en las exportaciones globales ha crecido al 14%, un pequeño aumento frente al 13% previo a la guerra comercial.

En lugar de represalias directas, como la venta masiva de bonos del Tesoro estadounidense o una devaluación del yuan, China está adoptando medidas más selectivas. Entre ellas, destacan las presiones a empresas extranjeras que operan en su territorio, como la investigación a PVH Corp, propietario de marcas como Calvin Klein y Tommy Hilfiger, por su negativa a comprar algodón de la región de Xinjiang.
La estrategia de China se centra también en fortalecer su mercado interno, respaldando el consumo interno y sus relaciones comerciales con países fuera del ámbito del G7. Mientras tanto, Trump, que podría retomar la presidencia en 2025, ha propuesto nuevas tarifas que podrían afectar gravemente a la economía global, reduciendo el crecimiento económico de China y aumentando los costos para los consumidores estadounidenses.
Aunque las represalias directas pueden ser limitadas, los analistas coinciden en que la respuesta de China será más estratégica y menos espectacular, y que sus capacidades para adaptarse a las presiones externas son mucho mayores de lo que se pensaba en un principio.