El sistema de pagos en El Salvador atraviesa una transformación profunda, marcada por el crecimiento sostenido de los canales digitales frente al retroceso de los mecanismos tradicionales. Datos recientes de la Asociación Bancaria Salvadoreña (ABANSA) y del Banco Central de Reserva (BCR) revelan que, a mitad de 2025, la digitalización de los servicios financieros ya no es una tendencia emergente, sino una realidad consolidada que redefine los hábitos de consumo y las operaciones comerciales.
Uno de los motores de este cambio es el uso de las tarjetas de crédito. El saldo colocado en este segmento alcanzó los $1,240 millones en junio, con un crecimiento interanual del 7.7 %, acompañado de un aumento del 21 % en la base de clientes, que ya supera los 962,000 usuarios. Estos números reflejan no solo una mayor disposición al crédito, sino también un acceso más amplio a los productos financieros formales.
Sin embargo, el verdadero dinamismo proviene de las transferencias electrónicas entre bancos. Según cifras oficiales, entre enero y junio de este año se movieron más de $4,300 millones mediante este mecanismo, lo que implica un salto interanual de $937 millones (27.5 %). Solo en junio, los salvadoreños realizaron más de 4.9 millones de operaciones electrónicas, un incremento del 55.2 % frente al mismo mes de 2024, lo que confirma el cambio en la preferencia de los usuarios hacia soluciones más rápidas, seguras y adaptadas a la vida digital.
En contraste, los cheques físicos continúan en declive. Durante 2024 se compensaron unos 2.5 millones de documentos, lo que representó una caída del 14.6 % respecto al año anterior. Este retroceso evidencia que, aunque todavía presentes en operaciones específicas —como pagos corporativos o transacciones de mayor formalidad—, los cheques pierden relevancia frente a alternativas electrónicas más eficientes.

Un cambio estructural en la economía
El giro hacia los pagos digitales no solo responde a un cambio en la conducta del consumidor, sino que también abre interrogantes sobre la inclusión financiera y la capacidad del sistema bancario para acompañar esta transición. Si bien los indicadores son positivos, el reto para la banca y el regulador será garantizar que la digitalización se traduzca en mayor acceso para sectores tradicionalmente excluidos, así como en una infraestructura tecnológica robusta que soporte el crecimiento de las operaciones.
La caída de los cheques es, en cierto modo, un símbolo del fin de una era y de la consolidación de un ecosistema financiero en el que la inmediatez y la conectividad dictan el ritmo. Para la economía salvadoreña, esta evolución significa una modernización en la circulación del dinero, con efectos en la eficiencia empresarial, el consumo y la competitividad del país.